Desadaptado, eso aparentaba, o por lo menos no lo era.
Siempre pegado a la ventana y dedicándose a escuchar las puertas abrir y
cerrarse, las fiestas de casas madrugadoras y ladridos de animales. De todos
los sonidos le prestaba más atención a aquellos que ya conocía. Como la de esa
puerta que alguna vez lo dejo pasar tal vez.
Esa puerta se abrió y él se levantó de la nada, sin mangas y con frío salió
a la pista y apuró el paso. Sabía que voltearía e irían dos cuadras más abajo.
Pasaron por la tintorería, la peluquería, la librería, el
colegio, la farmacia, el casino y aún no podía alcanzarla. Vagamente intentó
recordar si es que alguna vez la había visto irse tan lejos, y sola esta vez. A
él esto no le importó, siguió su camino, o más bien, el de ella originalmente.
Al igual que las ideas, siempre eran de ella. La idea de encontrarse, la idea
de llamarse, la idea de salir a algún lado, la idea de ir a su casa. Esa idea
que hizo que se haga del rogar y que ella terminara haciéndole una pregunta que
lo cambiaría a él, por poco tiempo tal vez, pero lo haría.
Mientras iban para la avenida sin saber él a donde se
dirigían esos zapatos, que formaban parte de su vestimenta, que formaban parte
de ella. Él alguna vez la había ido a recoger de sus estudios y le había criticado.
Su manera de andar, su manera de vestir, hasta su físico ciertas veces. El ya
reconocía lo que hizo, reconoció que a ella no le importó verdaderamente ninguno
de sus prejuicios con tal de estar con él. Había veces en las que esto parecía
no ser posible, pero siempre supieron arreglarlo y salir caminando. Como en ese
momento, la única diferencia es que no estaban caminando juntos, no esta vez.
Él la estaba siguiendo, no para manipularla, como ella siempre pensó, sino para
protegerla, según él.
Para el, la calle y su respiración se acababan. Para ella,
el final de su trayecto parecía ser infinito. Él se detuvo y gritó que la
amaba. Ella volteó, pero el ya no estaba. Él tuvo que volver, corriendo esta vez. Cruzó
toda la avenida, pasó por la tintorería, la peluquería, la librería, el
colegio, la farmacia, el casino hasta que volvió a su casa. Volvió a meterse en
su cuarto, se volvió a pegar a la ventana hasta que escuchó abrir su puerta
otra vez. Volvió a salir corriendo, desabrigado, tan solo para ver su cabello
entrando a esa puerta. Esa puerta que definió alguna vez su lugar, sus
canciones y lo que eran. Esos momentos que lo marcaron en los que eran únicos
entre sí mismos, cuando la casa no era suya. Ahora si es de ella, y es que ha
crecido, se ha casado y tiene una familia.
Él sigue esperando por ella, aunque sabe que por más que la
escuche o la vea en algún lugar ya perdió su oportunidad. Nunca le volvió a
decir nada, tan solo se acuerda de cuando él le sacaba celos o no le respondía.
Ella no lo tomaba muy apego, pero él no podía soportar eso. Y así, vivió, si
puede decirse así, pegado a la ventana.
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